Ninguna organización es inmune a la guerra fría cibernética
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Se trata de un conflicto activo en el que Estados nación lanzan ataques digitales, los cuales ya no se limitan a obtener inteligencia. Cada vez son más dirigidos, coordinados y orientados a generar impacto operativo, con el objetivo final de provocar disrupciones reales en sectores clave.
El mundo ya se encuentra inmerso en una guerra fría cibernética: un conflicto activo en el que Estados nación lanzan ataques digitales para desestabilizar economías, sabotear infraestructuras y obtener ventajas estratégicas. Esta forma de confrontación plantea riesgos directos para organizaciones de todos los sectores y obliga a repensar los modelos de defensa y continuidad operativa.
Espionaje, sabotaje y colaboración encubierta
Los actores estatales tradicionalmente conocidos por sus capacidades avanzadas, como China, Rusia, Irán y Corea del Norte, siguen siendo los principales protagonistas. Pero la naturaleza del conflicto ha cambiado. Si en la Guerra Fría clásica el equilibrio se mantenía mediante la disuasión nuclear, en el ámbito digital ha sido sustituido por una agresión constante, de baja visibilidad, pero creciente impacto.
Y estos ataques ya no se limitan a obtener inteligencia. Cada vez son más dirigidos, coordinados y orientados a generar impacto operativo, con el objetivo final de provocar disrupciones reales en sectores clave. Se ha documentado casos como el de ciberdelincuentes vinculados a Corea del Norte que se hacen pasar por reclutadores. Contactan con perfiles tecnológicos, simulan procesos de selección y logran que los candidatos instalen software malicioso presentado como herramientas de desarrollo. Este tipo de operación muestra la creatividad y determinación de los atacantes actuales.
Además, los Estados están colaborando con grupos criminales, compartiendo recursos, herramientas y técnicas. Esta alianza complica la atribución de los ataques, ya que permite a los responsables ocultar su implicación directa. Como consecuencia, las operaciones resultan mucho más difíciles de detectar, investigar y neutralizar.
¿Por qué todas las organizaciones están en riesgo?
Ninguna organización es inmune. El motivo no es solo el valor de los activos, sino el tamaño creciente de la superficie de ataque, impulsado por la transformación digital. Factores como el trabajo distribuido, la migración a la nube y el aumento del IoT exponen a todo tipo de instituciones. Un simple dispositivo, como un portátil, una impresora o, incluso, un termostato inteligente, puede ser el punto de entrada a una red corporativa completa.
Además, los atacantes recurren cada vez más a la inteligencia artificial para potenciar sus campañas de ingeniería social, generando mensajes de phishing altamente convincentes, identidades falsas y contenidos realistas que dificultan a los empleados distinguir entre lo auténtico y lo fraudulento, lo que incrementa el riesgo de compromiso.
Este entorno hiperconectado, junto con los nuevos retos de ciberseguridad asociados a la inteligencia artificial y la colaboración entre actores estatales y grupos cibercriminales, crea un desafío operativo diario para equipos de seguridad y directivos. Palo Alto propone una serie de recomendaciones prácticas para organizaciones que necesiten adaptarse al nuevo entorno:
- Integrar el riesgo geopolítico en la planificación de continuidad de negocio: Si tu organización gestiona datos, infraestructuras o cadenas de suministro que cruzan fronteras, estás expuesto a amenazas transnacionales y también a los requisitos regulatorios que surgen para contrarrestarlas.
- Pasar de la seguridad perimetral a una defensa basada en identidad y potenciada con IA: Los atacantes actúan a velocidad de máquina y con alto nivel de ocultación. Solo mediante plataformas impulsadas por inteligencia artificial es posible responder al mismo ritmo y detectar movimientos anómalos desde su origen.
- Invertir en seguridad cloud con una visión global: A los atacantes no les importa dónde están tus cargas de trabajo. Aprovecharán cualquier error, mala configuración o retraso en la detección, sin importar la ubicación técnica o legal.
- Operacionalizar la inteligencia de amenazas: No basta con consumir informes. Las organizaciones necesitan flujo continuo de inteligencia útil, que alimente el centro de operaciones de seguridad, las decisiones sobre infraestructura y también la comunicación con los comités ejecutivos y los consejos de administración.
- Replantear el papel de los responsables tecnológicos: El CIO y el CISO no deben limitarse a tareas técnicas. En este escenario, son estrategas responsables de la resiliencia organizativa. Prepararse frente al riesgo geopolítico es ya parte de su función esencial.